Jardin de la connaissance

Saludos, lectores. Hoy estamos celebrando el primer aniversario del blog, que fue inaugurado con una entrada sobre mi batalla perdida contra el tiempo. Lo que empezó como un proyecto validado por la aprobación – no necesariamente visita – de mis amistades de Facebook, ha germinado en un sitio con 150 publicaciones, miles de visitantes y 148 seguidores suscritos mediante WordPress o correo electrónico. Honestamente, mis expectativas eran mínimas, por lo que estoy muy satisfecha y agradecida con todas las personas que he podido conocer mediante este proyecto.


Este mes que finaliza me ha valido para reforzar algunas ideas en torno al carácter efímero de la vida y a las herramientas que podemos (¿debemos?) desarrollar para imponernos a la tentación de estancarnos en un pasado inexistente. Respecto a los libros, he sido víctima de una ansiedad a la que me gusta llamar qué-va-a-pasar-con-mis-libros-cuando-ya-no-estéen-este-mundo. Por eso, encontrarme con una iniciativa artística sobre libros y el ciclo natural de las cosas me ha ayudado a poner mis ideas en una nueva perspectiva. Un lugar en el que los libros nos recuerdan que lo único constante en el mundo es la impermanencia.

En 2010, Thilo Folkerts y Rodney LaTourelle diseñaron y construyeron el Jardin de la Connaissance, que se encuentra en Quebec. Este espacio se compone de aproximadamente 40 mil libros desechados que ahora son muros, bancas y alfombras, integrándose con la estructura del bosque en el que se realizó el proyecto. Para enriquecer el jardín, en varios libros se pre-cultivaron varias especies de hongos, que ahora sobresalen de las páginas apiladas.

El proyecto estaba pensado como un jardín temporal en el marco del  International Festival des Jardins de Metis. Sin embargo, la evolución de esta composición y su popularidad propiciaron que a partir de 2012 se decidiera implantar musgo graffiti en el jardín. Desconozco si éste sigue en pie o si fue removido para ediciones posteriores del festival, pero puedes realizar una visita virtual aquí.

Pese al mensaje que podría obtenerse a partir de esta instalación, en su momento hubo mucha controversia. La comisión escolar de la localidad, que donó muchos ejemplares para el proyecto, decidió distanciarse del mismo tras afirmar que desconocían el destino final de los libros. Luego de haber invertido 80 mil dólares canadienses en nuevos libros para las escuelas, los integrantes de la comisión declararon que los libros de desecho pudieron haber tenido un destino mejor y que su uso en el Jardin de la connaissance reflejaba un profundo desprecio por tales vehículos del conocimiento. Otras voces prominentes del medio literario y editorial se incorporaron a esa queja.

En respuesta, autores, voceros y expertos en social media salieron a la defensa del Jardín. Por ejemplo, e director de la Asociación de Libreros de Quebec,  refirió que el jardín reflejaba el valor que tiene un medio como el libro al regresar a alimentar a la tierra para poder producir libros nuevos. Otras voces referían que era reconfortante ver una nueva vida para un libro que ya ha finalizado su periodo útil. Pero de todas estas voces a favor del Jardín, me quedo con la de Nadia Seraiocco, asesora en comunicación:

El malestar de la gente al ver a este objeto desteriorado voluntariamente demuestra que el libro sigue siendo importante ante nuestros ojos, teniendo incluso un mayor valor simbólico que su contraparte electrónica.


Si todavía está en pie, espero tener oportunidad de visitar el Jardin de la connaissance algún día. Sin importar las voces a favor o en contra de su instalación, sigue pareciéndome un magnífico recordatorio de que a veces nos olvidamos de que el libro es el medio, no el mensaje en sí. Es, entonces, un monumento a la impermanencia.

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